Uno de los momentos más difíciles de enfrentar para el afectado es aquel en que se le despide del trabajo. En algunos casos es algo que se ve venir, por incompatibilidades con su superior o algún desacierto en el desempeño de las funciones. En otros, los peores, el despido es inesperado ya que el jefe o la empresa, con una falta de transparencia enorme, pese a que hace tiempo quiere eliminar al trabajador nunca se lo ha siquiera insinuado. Conozco casos en que hasta se ha felicitado quince días antes al empleado por su desempeño y, luego, se le ha “desvinculado de su trabajo” como se dice elegantemente hoy, de un minuto a otro, en un acto que puede aparecer algo sádico.
Lamentablemente, en Chile en los últimos años se ha convertido en una moda esta forma de proceder. A criterio de muchas empresas, es mejor que el afectado no sepa lo que viene: para que no cuente a los estamentos superiores los problemas que se viven al interior de su sección o departamento; para que no desprestigie a su jefe, si lo hace mal; para que no alcance a llevarse la información que podría ser de interés: sus últimos trabajos, sus nuevas ideas y todo aquello que podría ser de utilidad para el organismo o entidad en que se desempeña y está almacenado en el computador o en archivadores. La idea es no correr el riesgo de que el empleado haga algo que los afecte a ellos de cualquier manera. Por eso, el mes de aviso, establecido por la ley para echar a un trabajador, se le da en dinero y se le pide en la mañana que en la tarde vuelva a su casa, definitivamente.