jueves, 24 de agosto de 2006

El despido inesperado: una práctica inhumana

Uno de los momentos más difíciles de enfrentar para el afectado es aquel en que se le despide del trabajo. En algunos casos es algo que se ve venir, por incompatibilidades con su superior o algún desacierto en el desempeño de las funciones. En otros, los peores, el despido es inesperado ya que el jefe o la empresa, con una falta de transparencia enorme, pese a que hace tiempo quiere eliminar al trabajador nunca se lo ha siquiera insinuado. Conozco casos en que hasta se ha felicitado quince días antes al empleado por su desempeño y, luego, se le ha “desvinculado de su trabajo” como se dice elegantemente hoy, de un minuto a otro, en un acto que puede aparecer algo sádico.

Lamentablemente, en Chile en los últimos años se ha convertido en una moda esta forma de proceder. A criterio de muchas empresas, es mejor que el afectado no sepa lo que viene: para que no cuente a los estamentos superiores los problemas que se viven al interior de su sección o departamento; para que no desprestigie a su jefe, si lo hace mal; para que no alcance a llevarse la información que podría ser de interés: sus últimos trabajos, sus nuevas ideas y todo aquello que podría ser de utilidad para el organismo o entidad en que se desempeña y está almacenado en el computador o en archivadores. La idea es no correr el riesgo de que el empleado haga algo que los afecte a ellos de cualquier manera. Por eso, el mes de aviso, establecido por la ley para echar a un trabajador, se le da en dinero y se le pide en la mañana que en la tarde vuelva a su casa, definitivamente.

Lo que suceda a la persona, afectada con este golpe bajo, no es problema de la empresa, ya que el trabajador, aunque haya aportado durante años su esfuerzo para el beneficio de ésta, ahora no pertenece a sus filas ¿Qué importancia puede tener su dolor, su salud mental, su situación humana en este caso? Y estamos hablando de personas que no han cometido ninguna falta. De personas que muchas veces son despedidas por lo que elegantemente se llama hoy “necesidades de la empresa” lo que significa que eliminarlos de los gastos permite mayores ganancias.

Sin embargo, esta forma de proceder crea una inestabilidad laboral que sienten los demás funcionarios y se desmotivan, lo que incide en la producción. Esta puede ser posiblemente la única revancha frente a un acto tan egoísta y frío, que no da tiempo a las personas, para despedirse de lo que han hecho durante años, para cerrar el ciclo, para tener aunque sea ese breve mes, que antes se daba, para hacerse el ánimo de cambiar de actividad y partir por la puerta ancha, con cierto grado de dignidad.

En el frío mundo del trabajo de hoy, lo único importante es el dinero que produce una empresa, y si una pieza no ajusta, hay que sacarla. Por eso, no es raro leer en los diarios que algunos representantes de este tipo de pensamiento se opongan a cualquier iniciativa que permita el mejor desarrollo humano o de la familia, a través de permisos para los padres cuando nace o muere un hijo o del fuero paternal, por ejemplo. Las personas son para ellos lo menos importante. Lo que vale es la ganancia, el dinero.

Lo curioso es que estas mismas personas tratan de aparecer públicamente como defensores de la familia, de sus integrantes, de los valores y rasgan vestiduras frente a cualquier acción que, según su criterio, los afecte. Es el doble estándar de los chilenos, del que tanto se habla. Lo importante es parecer, no ser.

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